Después de una desaceleración de seis años, que incluyó una contracción del 1,0% del PIB en el 2016, la región de América Latina y el Caribe (LAC, por su sigla en inglés) creció un 1,1% en el 2017 y todavía se esperaba, a finales de abril, que creciera a un ritmo cada vez mayor en los próximos años.
Lamentablemente, durante los últimos seis meses, la región se ha tropezado con algunos obstáculos y las proyecciones han caído, señala el Banco Mundial en su último informe: Sobre incertidumbre y cisnes negros ¿Cómo lidiar con riesgo en América Latina y el Caribe?
Sin bien se espera que América Central y el Caribe continúen creciendo a un buen ritmo (2,8% en promedio), el crecimiento se verá mermado por la crisis política y económica que sacude a Nicaragua.
Los riesgos
Además del permanente riesgo climático, uno de los nubarrones que se ciernen sobre el horizonte, es, sin duda, la normalización de la política monetaria en los Estados Unidos que, al aumentar las tasas de interés, ha contribuido a una drástica reversión de la entrada neta de capitales a la región.
Un fortalecimiento del dólar, y una caída de la moneda doméstica en la mayoría de los principales mercados emergentes. De hecho, la entrada neta de capitales a la región (medida como la cifra acumulada a lo largo de 12 meses), que alcanzó un máximo de 49.600 millones de dólares en enero del 2018 se redujo drásticamente a 18.800 millones de dólares en agosto.
Otro factor a revisar es la precaria situación fiscal de la región que apenas mejoró con respecto al año pasado, y se prevé que 29 de los 32 países registren un balance fiscal total negativo en el 2018.
Como consecuencia, la deuda pública ha superado el 60% del PIB de la región en su conjunto, y seis países tienen tasas de endeudamiento superiores al 80%. Estos elevados niveles de deuda continúan debilitando las calificaciones crediticias.
Esto afecta el acceso y el costo del crédito internacional. Una deuda mayor también reduce el espacio fiscal y limita severamente la posibilidad de utilizar la política fiscal como una herramienta de política contracíclica.
Muchos bancos centrales de la región sienten la necesidad de aumentar las tasas de interés de política para defender la moneda doméstica o, al menos, asegurar una “depreciación ordenada”.
La región no tiene más remedio que aumentar el ritmo del ajuste fiscal para garantizar la sostenibilidad de la deuda en el corto y mediano plazo, especialmente si la entrada neta de capitales a la región continúa cayendo.
En la medida de lo posible, este ajuste fiscal se debería realizar protegiendo la inversión pública en infraestructura (crucial para las perspectivas de crecimiento futuro) y los programas sociales, considera el Banco Mundial.