Luiz Inácio Lula da Silva retomó el timón de la democracia más grande de América Latina con la promesa de recuperar la inclusión económica y la prosperidad que marcaron sus dos primeros mandatos en el cargo más alto de Brasil entre 2003 y 2011.
No será fácil: Brasil se volvió más polarizado políticamente en las últimas dos décadas, con la confianza en su Partido de los Trabajadores erosionada por escándalos de corrupción. El mundo también se convirtió en un lugar más difícil para los países de mercados emergentes, y en particular para aquellos con problemas fiscales sin resolver.
La toma de posesión del líder izquierdista comenzó el domingo en Brasilia con un desfile por la explanada de los ministerios y una primera parada en el Congreso Nacional. Allí, el político de 77 años prestó juramento y pronunció su primer discurso como presidente, diciendo que estaba firmando medidas que permitirían que las empresas estatales retomaran su papel en el impulso del desarrollo económico.
“Los bancos públicos, en particular el Bndes, así como las empresas que lideran el crecimiento y la innovación, como Petrobras, tendrán un papel clave en este nuevo ciclo”, dijo Lula. “La rueda de la economía volverá a girar y el consumo popular tendrá un papel central en ese proceso”.
La segunda parada de Lula será en el Palacio del Planalto, su domicilio oficial de trabajo, donde se esperaba una ceremonia tradicional de entrega de poder con el presidente saliente entregando la banda verde y amarilla al próximo líder electo. Pero dado que Jair Bolsonaro abandonó la toma de posesión para viajar a Estados Unidos, integrantes de etnias y minorías sociales le entregaron la banda al líder del Partido de los Trabajadores (PT).
Es el tercer mandato del líder del PT
Tras ser investido con los atributos del mando, Lula se tomó de las manos con su vicepresidente, Geraldo Alckmin, y sus respectivas esposas, para levantarlas en saludo a la multitud que siguió la ceremonia desde la explanada del edificio.
El discurso duró 31 minutos, y se refirió duramente sobre la gestión de Jair Bolsonaro.
El nuevo presidente de Brasil, habló en la toma de posesión -que tuvo lugar en el Congreso- de la democracia, el hambre, la deforestación, pero dedicó además muchos de esos 31 minutos a criticar la situación en que dejó el país su antecesor, Jair Bolsonaro.
Lula calificó el gobierno bolsonarista como un “proyecto de destrucción nacional”, en un Congreso donde los partidarios del exmandatario son mayoría (el Partido Liberal de Bolsonaro tiene la mayor bancada de diputados: 99 de los 513 escaños).
El líder del Partido de los Trabajadores dijo que asume un país en “terribles ruinas” con una situación de “desastre” social y económico. Añadió que el diagnóstico que recibió de los encargados de la transición con el gobierno anterior “es espantoso”.
“Vaciaron los recursos destinados a la salud. Desmantelaron la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología. Destruyeron la protección del medio ambiente. No dejaron recursos para comidas escolares, vacunación, seguridad pública, protección forestal, asistencia social”, añadió.
Dijo que Bolsonaro y sus funcionarios “dilapidaron las empresas estatales y los bancos públicos” y “entregaron el patrimonio nacional”. “Los recursos del país fueron saqueados para satisfacer la codicia de los rentistas y accionistas privados de las empresas públicas”, acusó.
“Nuestras primeras acciones pretenden rescatar a 33 millones de brasileños del hambre y rescatar de la pobreza a más de 100 millones de brasileños”, señaló el mandatario. Con respecto a la inseguridad en el país, se comprometió a revocar los decretos penales que amplían el acceso a armas y municiones.
“Brasil no quiere más armas; quiere paz y seguridad para su pueblo”, afirmó.
Con respecto a la política ambiental, el mandatario se comprometió a alcanzar la meta de “deforestación cero” en la Amazonía y de terminar con la emisión de gases de efecto invernadero en la producción eléctrica.
“Brasil no necesita deforestar para mantener y ampliar su frontera agrícola estratégica”, dijo Lula. Por último, insistió que no permitirá los ataques contra los pueblos indígenas ni contra la naturaleza.
Pacificar un país políticamente dividido, así como mejorar las relaciones con las fuerzas armadas, el Congreso y la Corte Suprema, será una de las tareas más apremiantes de Lula, una en la que ya comenzó a trabajar al nombrar miembros clave del gabinete a quienes se les dio la misión de mejorar diálogo con otras instituciones de gobierno.
Su otro desafío, posiblemente el más difícil, es cumplir varias promesas de campaña que requieren más inversión y gasto social en un momento en que las finanzas públicas son más frágiles, la inflación se mantiene por encima de la meta y las tasas de interés son altas.
Una posible recesión global solo se sumaría a los problemas de Brasil, ya que los principales bancos centrales continúan endureciendo la política monetaria en todo el mundo.
Una de sus primeras pruebas será aprobar un reemplazo para el tope de gastos del país, el principal ancla fiscal de Brasil que ya ha perdido casi toda su credibilidad entre los inversionistas, al mismo tiempo que avanza con una revisión del complejo sistema tributario de Brasil.