Por Rodolfo Correa, Secretario de Agricultura de Antioquia, Colombia
No estamos viviendo una época de cambios. Estamos viviendo un cambio de época. En el futuro cercano 45% de los puestos de trabajo serán reemplazados por la tecnología y, sin embargo, seguimos educando a las nuevas generaciones con los mismos métodos de hace dos siglos y en las mismas profesiones y oficios de hace 100 años.
¿Qué pasará con los millones de jóvenes que se están formando en profesiones y oficios que dentro de poco no existirán? Yuval Harari, uno de los más grandes pensadores de la actualidad, indica que, así como la primera revolución industrial creó una nueva clase social denominada proletariado, de esta última revolución industrial que estamos viviendo surgirá también otra nueva clase social: la de los inútiles; millones de personas que no sabrán hacer algo que sirva a la sociedad, que estarán urgidos de ganarse la vida pero no tendrán cómo.
Y mientras tanto, ¿qué pasa con las universidades? ¿Qué pasa con el sistema educativo? Pues nada, en los centros de educación superior pretendemos encontrar una solución a esta gran problemática limitándonos al desarrollo de las tres funciones tradicionales de la educación superior: docencia, investigación y extensión, y estamos formando cinco años a nuestros jóvenes para ser unos desempleados muy preparados. Efectivamente, nos dedicamos a educar a los estudiantes para ser empleados, pero resulta que, de hecho hoy, no hay suficientes puestos de trabajo para suplir la oferta que anualmente generan las instituciones educativas.
Es una realidad. En muchos países de la región y del mundo, el sistema productivo y económico no tienen la capacidad de absorber la creciente sobreoferta de profesionales, técnicos y tecnólogos que buscan emplearse y, por eso, al final de sus carreras terminan engrosando los ya altos índices de desempleo o acaban ocupándose en actividades laborales e informales diferentes a aquellas para las cuales supuestamente se formaron.
De allí surge entonces la necesidad de incorporar el emprendimiento como una cuarta función del proceso de educación superior, para que esa función sirva como plataforma de articulación de la formación en el ser, el saber y el hacer y, simultáneamente, permita integrar alrededor de ella las otras tres funciones del proceso educativo ya mencionadas.
Formar a las nuevas generaciones en emprendimiento significa enseñarles a transformar problemas en oportunidades. Significa mostrarles el camino de la autonomía económica y social, enseñarles a hacer empresa, a innovar, a soñar su proyecto de vida y a construir una ruta para hacerlo realidad. Claro, esta formación en pensamiento y acción productiva debe ir acompañada de formación humana integral. No se puede ser un buen profesional si no se es una buena persona.
Educación para ganarse la vida y educación para sentir la vida. Esta es la ruta que nos permitirá evitar la caída en el abismo de la deshumanización al que nos expone el actual modelo de crecimiento exponencial tecnológico, para poner la tecnología al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la ciber-economía. ¿Estamos?