Este año la economía mundial registró el ritmo más débil de crecimiento desde la crisis financiera mundial de hace una década, debido a influencias comunes en los diversos países y a factores específicos de cada país.
Las crecientes barreras comerciales y la consiguiente incertidumbre han hecho mella en la actitud de las empresas y en la actividad a escala mundial. En algunos casos (economías avanzadas y China), estos factores amplificaron desaceleraciones cíclicas y estructurales que ya estaban en marcha.
Las debilidades específicas de los países generaron presiones en grandes economías de mercados emergentes como Brasil, India, México y Rusia. Y el deterioro de las tensiones macroeconómicas debido al endurecimiento de las condiciones financieras (Argentina), las tensiones geopolíticas (Irán) y la agitación social (Venezuela, Libia, Yemen) rematan el complicado panorama.
Al tornarse más incierto el entorno económico, las empresas adoptaron una postura más cautelosa con respecto al gasto a largo plazo y las compras mundiales de maquinaria y equipos se moderaron.
La demanda de bienes duraderos por parte de los hogares también se debilitó, aunque se observó un repunte en el segundo trimestre de 2019. Esto fue especialmente evidente en el sector automotor, en el que los cambios regulatorios, las nuevas normas sobre emisiones y quizá la creciente popularidad de los servicios de uso compartido de vehículos han perjudicado las ventas en varios países.
Ante el enfriamiento de la demanda de bienes duraderos, las empresas redujeron la producción industrial. El comercio mundial —que depende mucho de los bienes duraderos finales y los insumos para su producción— se desaceleró casi hasta un punto de estancamiento.
Los bancos centrales reaccionaron enérgicamente ante el debilitamiento de la actividad. En el transcurso del año, varios de ellos —como la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo (BCE) y los bancos centrales de importantes mercados emergentes— recortaron las tasas de interés, y el BCE además reanudó las compras de activos.
Estas políticas evitaron una desaceleración más grave. Las tasas de interés más bajas y las condiciones financieras favorables apuntalaron las aún resilientes compras de bienes no duraderos y servicios, promoviendo así la creación de empleo.
La escasez de oferta en el mercado de trabajo y el aumento gradual de los salarios estimularon a su vez la confianza de los consumidores y el gasto de los hogares.
¿Podrán estos factores positivos generar un crecimiento mundial más vigoroso el próximo año?